Ana y los dedos del artista
Ana deambula por la vida, y en ese andar, es donde precisamente, de vez en cuando hay ocasiones memorables con respecto a gente. Ana quedó en algún momento interesada en los dedos de un artista, Ana había tenido alguna vez una especie de affaire con un artista, no tan artista. Ana olvida sus affaires, sólo se acuerda de ellos de vez en cuando. Lo que pasó ya fue, y no hay quien vuelva el tiempo atrás.
Hace algún tiempo Ana juró esperar a Alberto en alguno de sus viajes, y sin saber mucho se devolvió a su casa y se acostó, se puso a ver televisión y a leer, Ana siempre hace dos cosas juntas, optimiza el tiempo y muchas veces le cuesta quedarse dormida. Ana toma pastillas para dormir, para calmar el vacío que le carcome el alma.
Ana, súbitamente, se acordó de aquél artista, no le había visto hace mucho tiempo y pensó en ponerse de acuerdo con él, como Ana conoce a la gente, sabía que si contestaba era porque harían algo más que conversar. A Ana le gusta caminar rumbo a lo desconocido y caer en ese abismo, se suponía que esperaría a Alberto, le había dicho que le quería y que estaría esperándolo como siempre, pero Ana a partir de cierto momento ya no lo esperó más "como siempre". Antes de que todo colapsara, ella había perdido algo muy importante hacia el hombre que había escogido: el respeto. Había decidido comenzar a jugar otro juego, siempre que pudiera, total, nadie más que ella, tiene por qué saberlo.
Ana le abre las puertas al artista, no sabe a dónde se dirige pero tiene espectativas con respecto al encuentro, Ana se equivoca, sólo se queda con la satisfacción de haberle clavado el puñal en secreto a Alberto, porque así empezará a mentir, a omitir información, y eso es algo que ella jamás perdonaría. Ana no le hace a nadie lo que no quiere que le hagan a ella, pero sí le hace a Alberto lo que ella espera como mínimo de traición por parte de él, pues mal que mal, así se conocieron, traicionando.
Ana echa al artista de su lado, total ya sucedió lo que tenía que suceder, y su única satisfacción fue sacarse los balazos de encima y traicionar. Traición al fin y al cabo. Sólo eso importó. Ana se viste, se acuesta y se queda dormida, al día siguiente no habrá nada que una ducha no se lleve.
A los pocos días Ana estiró sus brazos en el cuello de Alberto y le siguó jurando que ella sólo era de él. Hasta hoy siempre que Ana le abraza se mira al espejo y sonrié, cual villana de teleserie pareciendo ser una buena mujer, la que nadie dice que no lo es.
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