"Estaba muy quieta, temblaba un poco. Miraba a Tomás, tan cerca. Me preguntaba si era efecto del alcohol, pero no, era el olor de Tomás lo que me mareba, un olor a tabaco, a coñac (aunque tal vez fuera ron, o whisky), a madera. Me tomó la cara con la mano, apoyó la palma de su mano en mi mentón como si sostuviera una manzana, y me besó.
Fue como tirarme en un paracaídas. Me desmayé allí, sobre el sofá, sobre Tomás, y después fue como haber tocado tierra. ¿Cómo había podido vivir hasta ese momento sin besar a un hombre con barba y bigotes? Quería separarme un segundo y acariciarle la barba, pero no quería dejar de besarlo. Lejos, como si sucediera en otra parte de la ciudad, sonaba la lluvia y el viento. ¿Cuándo había empezado a llover? Abrí los ojos y vi los ojos de Tomás. Él los había abierto por la misma razón que yo, para verme mientras lo besaba. "Estoy besando a Tomás", pensé.
Me di cuenta de que nunca me habían besado. De que no había conocido a ningún hombre: todos esos novios insípidos de la adolescencia desaparecieron como las imágenes en un rollo de fotos velado. Tomás me abrazó y me hundí en su barba y en su sweater, que olía igual que Tomás. Me besaba el cuello, la cara, los ojos; me lamía las orejas como un gato. Y yo sentía eso que había sentido otras veces, con los otros: una cosquilla, ganas como de hacer pis, unas ganas que me hacían contraerme, y decir basta, y sacar las manos que subían y bajaban. Pero no sacaba las manos de Tomás de ninguna parte. Lo dejaba acariciarme los pechos sobre la lana, por debajo de la lana. Traté de hacer memoria y recordar qué ropa interior me había puesto, si la bombacha coincidía con el corpiño, si eran negros. Tomás se quitó el sweater y la camisa - una camisa beige, con pequeños cuadros azules.
Tenía pelos en el pecho, pelos grises y algunos blancos. Llevaba calzoncillos largos. Quedaba cómico así, con los pantalones a la altura de las rodillas. Se agachó para sacarme los zapatos, las medias y los pantalones, y el abodomen cayó un poco, como masa. Tendría que escaparme ahora, que estoy todavía vestida, pensé.
-Estoy mareada - dije.
-Vení - Tomás puso sus manos en mis hombros -. Vamos a hacer el amor.
Sólo le había faltado alzar el índice, había hablado como si dijera: vamos a estudiar las declinaciones. "Latín", pensé, "el examen". Pero me saqué la hebilla del pelo y la puse sobre la mesita. Entonces él empezó a desnudarme; yo le había dado permiso con ese gesto.
Se está diciendo que quedo mejor vestida, pensé, se está dando cuenta de que tengo panza y no tengo cinutra. Tomás me besaba otra vez, toda ahora: desde los hombros hasta el ombligo. Yo sólo tenía puestas las medias cortas y la bombacha (que sí, era negra como el corpiño). Nunca había estado así delante de un hombre, pero mi mayor temor era que Tomás me sacara las medias y viera que mis pies eran todavía más feos que mis manos.
No me sacó las medias. Me acariciaba. Yo decía no, no, no, no; unos no suaves y sin matices, somo si rezara una decena de rosario. Y después gritos ahogados, como maullidos roncos. Arañaba suavemente la espalda de Tomás, claro, quería que entrara todo Tomás, sus dedos, su mano y su brazo, todo en mí. Tal vez había puesto algo en mi copa ¿Qué diría mi madre?
El calzoncillo flotaba en el piso como una bolsa. Tomás esaba sobre mi cuerpo, besándome.
Me daba la impresión de haber vuelto a desmayarme, y haberme recuperado varias veces. Eso que se movía seguía siendo la mano de Tomás, poruqe yo podía ver su brazo, el brazo de Tomás que se movía también.
No terminaba de entender en qué consisitía el sexo exactamente. En las películas nunca se veía del todo. Me sentía agotada, pateaba con los tobillos el brazo del sofá como si estuviera nadando boca arriba. También Tomás estaba agitado. Sacó su mano y buscó la mía. Yo dejé la mano allí donde Tomás la había puesto, y fue como tocar un guante, o la manga - ese cono de tela que mi madre usaba para decorar las tortas con crema [...]
[...]
-Lo lamento - dijo él.
¿Qué lamentaba?, ¿haberme sacado la ropa? , ¿haberme hecho maullar?, ¿haber seguido hasta el final, a pesar de mis "no"? ¿estar casado?
Se levantó y fue al baño en calzoncillos y camisa. Me hizo una caricia torpe en el pelo al pasar.
No me había dolido. Me habían dicho que dolía. Miré el sofá: estaba limpio, sólo un poco arrugado. Se suponía que tenía que sangrar la primera vez.
Tomás salió del baño. Tenía un aire humillado que no le conocía, o acaso fuera el efecto de la camisa abierta sobre los calzoncillos largos.
-Habrá otras veces, para reivindicarme - dijo.
Hubo otras veces, casi idénticas a esa primera vez. No podía recordar si había llovido también, pero yo ya no repetía "no". Por alguna razón, Tomás tenía siempre ese aire humillado. De modo que eso era el sexo, me decía a mi misma después, asombrada. Estaba aprendiendo muchas cosas ese año.
Tomado de "La verdad sobre Virginia", de María Fasche (Arg)
Ed. Planeta
No terminaba de entender en qué consisitía el sexo exactamente. En las películas nunca se veía del todo. Me sentía agotada, pateaba con los tobillos el brazo del sofá como si estuviera nadando boca arriba. También Tomás estaba agitado. Sacó su mano y buscó la mía. Yo dejé la mano allí donde Tomás la había puesto, y fue como tocar un guante, o la manga - ese cono de tela que mi madre usaba para decorar las tortas con crema [...]
[...]
-Lo lamento - dijo él.
¿Qué lamentaba?, ¿haberme sacado la ropa? , ¿haberme hecho maullar?, ¿haber seguido hasta el final, a pesar de mis "no"? ¿estar casado?
Se levantó y fue al baño en calzoncillos y camisa. Me hizo una caricia torpe en el pelo al pasar.
No me había dolido. Me habían dicho que dolía. Miré el sofá: estaba limpio, sólo un poco arrugado. Se suponía que tenía que sangrar la primera vez.
Tomás salió del baño. Tenía un aire humillado que no le conocía, o acaso fuera el efecto de la camisa abierta sobre los calzoncillos largos.
-Habrá otras veces, para reivindicarme - dijo.
Hubo otras veces, casi idénticas a esa primera vez. No podía recordar si había llovido también, pero yo ya no repetía "no". Por alguna razón, Tomás tenía siempre ese aire humillado. De modo que eso era el sexo, me decía a mi misma después, asombrada. Estaba aprendiendo muchas cosas ese año.
Tomado de "La verdad sobre Virginia", de María Fasche (Arg)
Ed. Planeta
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