Son las 5 de la mañana, Ana abre los ojos y se encuentra en los brazos de Alberto, así, como en cualquier película romántica blanco y negro, evidentemente no siente frío y no sabe por qué se despierta. Al abrir los ojos y estar conciente de su ubicación en el espacio, mira a Alberto que está a tan sólo centímetros de su rostro durmiendo profundamente y le dice dentro de su cabeza, con absoluto silencio: "El otro día, cuando te dije que iba a salir a festejar por allí, así lo hize, pero entre que salí de mis trámites y llegué a la fiesta, me acosté con otro, pero eso no cambia nada, fue un paréntesis, para ayudarme a mi misma a perdonarte por lo que has hecho y lo que no has hecho". En todo caso, Ana vuelve siempre a casa, en silencio se confiesa, y todo sigue su curso.
Ana se sienta semi desvestida frente a su amante, que no es su amante propiamente tal, porque no tiene sentimientos involucrados con él, salvo una gran simpatía y empatía en cuanto a formas de comportarse detrás del escenario. Fuma un cigarrillo y le comenta: "hace varias semanas tenía ganas de ésto... y los últimos días ya no podía estar tranquila pensando en lo pasiva que he estado, ésto no cambia nada, sólo me relaja" y bebe un trago de Gin. Él le responde que se siente igual, que necesita de vez en cuando salir de su rutina, si total, eso no significa que uno deja de querer a la persona con quien comparte su vida y pone su blackberry en mudo.
Ana y Tomás se distraen un rato, en algún lugar de la ciudad, donde no los conoce nadie, en calles por las que nunca transitan. Juntos dejan llevar ese secreto que comparten y Ana goza de principio a fin de hacer algo ella sola, de no tener que contarlo, de faltar a la moral. Ana se ducha, hace un par de llamadas telefónicas, se viste y se muere de la risa, comenta: "Tomás, yo disfruto todo ésto de principio a fin, y después quizás más", él le responde: "El que solo se ríe, de sus maldades se acuerda". Tomás lleva a Ana a su fiesta, y allí se despiden, volverán a hablar cuando el destino lo diga o necesiten tener un secreto para no contar.
Después de la fiesta, Ana llega a casa... no huele a nadie, sino que a humo. Total, lo que pasó ya pasó, no hay nada que una ducha no se lleve, y Ana reflexiona que lo que ha hecho no interfiere en sus sentimientos hacia Alberto, y él no tiene por qué saber lo que Ana hace cuando él no la ve.
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