Ana necesita un revolcón con un amante

Se da vueltas como gato encerrado mientras contempla el atardecer. Abre un libro, lee dos palabras, lo cierra, se para, enciende el televisor, cambia de canales sin prestar atención a lo que están transmitiendo, apaga la condenada caja, se vuelve a parar, se prepara un café, le agrega agua fría y se lo traga como si estuviese muriendo de sed. Se recuesta en el sofá y escucha la música que sale del computador, mira el techo y se pasa las manos por encima del tórax, y en el techo blanco se da cuenta de que lo que en realidad necesita es un amante. O sea, no alguien a quien amar, sino que alguien con quien manosearse, correrse mano, darse besos con lengua nuevos, con gusto a "¿uuy cómo será?", que inviten a la imaginación y a correr más las manos, a tener sexo desenfrenado y rico con alguien que no tiene que ver mañana, ni pasado, ni NUNCA MÁS, sólo sexo casual. Tomás le cae como anillo al dedo, pero ya no es novedad. Necesita carne fresca, pero de la buena. Un buen revolcón y un "si te he visto ya no me acuerdo". Y eso, tan simple como ESO. Nada más, y allí quedarán su alma y su cuerpo tranquilos, se imagina nuevamente en paz, pensando en nada, ni siquiera en el remordimiento de haber sido "infiel". Ana necesita salir a correr, liberarse, librarse de sus oscuridades y de sus luces.