...
- pero como se va desenredando la madeja
- jajajaja, qué madeja? aquí no hay madeja, somos dos conversadores
- bueno
¿Qué madeja? Si aquí la madeja ya se desenredó hace años, ahora sólo importa que te sanes, que seas de algún modo feliz, que no pienses tanto. No hay madeja, pero sí preguntas tontas por mi parte, nunca sabré si por esa noche y esas otras tantas más alguna vez me odiaste, me apreciaste o te dio igual. No creo que te haya sido tan indiferente, todavía recuerdo ese sentido de la culpa, apostaría mi vida a que fuiste corriendo donde el cura a confesar que habías pecado, no sé qué te habrá dicho el de la sotana ni cuántos rosarios tuviste que rezar para borrar esa mácula que tu mismo accediste a echarte encima. También apuesto a que corriste donde el psiquiatra a contarle lo mismo, apuesto al comentario más racional de este último, "es normal", "alguna vez iba a pasar", etc. No sé qué tanto caso le habrás hecho a ambos. Pero todavía recuerdo cuando me dijiste que esto nunca se te iba a olvidar porque había sido tu primera vez. Hoy, cuando ya han pasado demasiados metros cúbicos bajo el puente, tampo se me va a olvidar que esa vez sentí que le metí un gol, que tenía tanto que contar y por qué ser admirada o envidiada por otros y otras de un cierto círculo. Gays, minas tontas. Los pasé a todos y anoté! Anoté, pero entremedio me confundí y pensé que sentía, que YO sentía algo más. Hoy bajo el puente y con otra agua por debajo, sólo puedo decir que alimenté mi ego, que anoté, que me dejé llevar un tiempo por la inexperiencia de la que no estaba conciente. No hay madeja mon amie, y estas preguntas tontas tampoco buscan respuestas, es mera curiosidad sin fuerza. Sólo quedó cariño, cariño de ser humano, suave e imperceptible, y eso te lo agradezco.
Te voy a re-contar la historia desde mi punto de vista, no sé qué guardas y qué botas de tu memoria, tampoco sé qué te hace bien y qué te hace mal. Esa vez pasó algo único e irrepetible, al menos hasta ahora, para mi. Venías saliendo de misa, como si arrancases de algo, no veías nada ni a nadie, yo venía entrando a buscar a alguien, sin intenciones por esos lados, y de pronto te vi y fue como en las canciones cebollentas o en las películas de Hollywood. Te vi, y creí que eras lo más maravilloso que nunca había visto sobre dos patas y con pinta de estudiante. No sé qué minuto de locura o en qué etapa de mi enfermedad andaba, tanto no recuerdo. Y lo más maravilloso pasó al lado mio sin verme y casi me pasa a llevar, aparte del ego a mi misma, y te fuiste con pasos apurados y largos hacia el oeste, te seguí con la mirada através de la ventana y sentí que tenía de nuevo 14 años. ¿Quién es? me pregunté y eché a andar la máquina buscadora, al par de minutos tenía la respuesta, un nombre, una carrera, un lugar. Hasta tu nombre me pareció encantador. ¿Qué habrá visto mi inconciente en ti? En fin, la primavera se afiató en medio del frío y de pronto los días se hicieron placenteros, la diversión por mi parte pasaba por sus mejores momentos, cada día traía algo nuevo, y cada fin de semana amanecía al lado de alguien distinto, hasta estuve tiempo de lucirme como quise y mi ego ya no daba más! no me cabía en el cuerpo. Te vi infinitas veces en el campus, como asustado, huyendo de algo que ni tu sabías que era, en la biblioteca, en el hall de entrada, entre las facultades, en la calle. Esa biblioteca no tenía nada que ver comigo, me sentía tan pendeja (porque lo era) y tan tonta caminanado 500 metros sólo para verte en una de esas salas con tapones en los oídos estudiando como loco y luego cuando salía saltando como tonta sólo por haberte mirado, porque a ti yo sí te miraba, que es muy distinto a ver (nótese), ese era el minuto tonto e infantil del día, por la noche ya no era así, salía con otras armas y no habían saltitos, tampoco miraba, sólo veía, sino que fuertes remezones de hormonas. Y así pasó y pasó la primavera hasta que un día llegaste a mi lado en bandeja y te engañé, te traté como si nos conociésemos de años, y tu ¡picaste! y no me preguntaste nada, sin más ni más nos arrancamos de ese antro a tomar esas piscolas caseras que siempre andas trayendo en tu auto, y de pronto pasó una turba de estudiantes borrachos cantando "ojalá", tu tarareaste la canción y yo no podía creer que estabas conmigo, pensaba en las llamadas telefónicas que haría al despertarme para contar que al fin me resultó con este personaje que habitaba en los rincones más platónicos de mi psique, y mientras pensaba me diste un beso. Y de le psique te caíste a la tierra. Ahora ya nada sería igual, nunca más.
Cuando caíste a la calle, supe de qué arrancabas siempre y otros secretos. Supe cómo besabas y otras cosas, supe cómo eres y hasta descubrí que tu verdadero carácter vive muerto, aplastado y aveces cuando aflora dejas la embarrada. Me enseñaste a pronunciar palabras que se me olvidaron, me enseñaste a poner las manos juntas y rezar.
Juntos subimos cerros a medio morir en bicicleta y mientras nos arrancábamos a fumar fuimos invadidos por los zancudos, arrancamos de clases para ir al cine, y dejaste de ir a los exámenes finales por andar tonteando por allí conmigo. Fuimos el dispositivo detonante de depresiones mutuas, y mi psiquatra te describió como contraindicado en mi tratamiento.
Hoy aprendí a tolerar tus componentes, y ya no hay madeja que desenredar. Sólo recuerdos que nunca compartimos, que es mejor dejar calladitos debajo de la tierra.
Te voy a re-contar la historia desde mi punto de vista, no sé qué guardas y qué botas de tu memoria, tampoco sé qué te hace bien y qué te hace mal. Esa vez pasó algo único e irrepetible, al menos hasta ahora, para mi. Venías saliendo de misa, como si arrancases de algo, no veías nada ni a nadie, yo venía entrando a buscar a alguien, sin intenciones por esos lados, y de pronto te vi y fue como en las canciones cebollentas o en las películas de Hollywood. Te vi, y creí que eras lo más maravilloso que nunca había visto sobre dos patas y con pinta de estudiante. No sé qué minuto de locura o en qué etapa de mi enfermedad andaba, tanto no recuerdo. Y lo más maravilloso pasó al lado mio sin verme y casi me pasa a llevar, aparte del ego a mi misma, y te fuiste con pasos apurados y largos hacia el oeste, te seguí con la mirada através de la ventana y sentí que tenía de nuevo 14 años. ¿Quién es? me pregunté y eché a andar la máquina buscadora, al par de minutos tenía la respuesta, un nombre, una carrera, un lugar. Hasta tu nombre me pareció encantador. ¿Qué habrá visto mi inconciente en ti? En fin, la primavera se afiató en medio del frío y de pronto los días se hicieron placenteros, la diversión por mi parte pasaba por sus mejores momentos, cada día traía algo nuevo, y cada fin de semana amanecía al lado de alguien distinto, hasta estuve tiempo de lucirme como quise y mi ego ya no daba más! no me cabía en el cuerpo. Te vi infinitas veces en el campus, como asustado, huyendo de algo que ni tu sabías que era, en la biblioteca, en el hall de entrada, entre las facultades, en la calle. Esa biblioteca no tenía nada que ver comigo, me sentía tan pendeja (porque lo era) y tan tonta caminanado 500 metros sólo para verte en una de esas salas con tapones en los oídos estudiando como loco y luego cuando salía saltando como tonta sólo por haberte mirado, porque a ti yo sí te miraba, que es muy distinto a ver (nótese), ese era el minuto tonto e infantil del día, por la noche ya no era así, salía con otras armas y no habían saltitos, tampoco miraba, sólo veía, sino que fuertes remezones de hormonas. Y así pasó y pasó la primavera hasta que un día llegaste a mi lado en bandeja y te engañé, te traté como si nos conociésemos de años, y tu ¡picaste! y no me preguntaste nada, sin más ni más nos arrancamos de ese antro a tomar esas piscolas caseras que siempre andas trayendo en tu auto, y de pronto pasó una turba de estudiantes borrachos cantando "ojalá", tu tarareaste la canción y yo no podía creer que estabas conmigo, pensaba en las llamadas telefónicas que haría al despertarme para contar que al fin me resultó con este personaje que habitaba en los rincones más platónicos de mi psique, y mientras pensaba me diste un beso. Y de le psique te caíste a la tierra. Ahora ya nada sería igual, nunca más.
Cuando caíste a la calle, supe de qué arrancabas siempre y otros secretos. Supe cómo besabas y otras cosas, supe cómo eres y hasta descubrí que tu verdadero carácter vive muerto, aplastado y aveces cuando aflora dejas la embarrada. Me enseñaste a pronunciar palabras que se me olvidaron, me enseñaste a poner las manos juntas y rezar.
Juntos subimos cerros a medio morir en bicicleta y mientras nos arrancábamos a fumar fuimos invadidos por los zancudos, arrancamos de clases para ir al cine, y dejaste de ir a los exámenes finales por andar tonteando por allí conmigo. Fuimos el dispositivo detonante de depresiones mutuas, y mi psiquatra te describió como contraindicado en mi tratamiento.
Hoy aprendí a tolerar tus componentes, y ya no hay madeja que desenredar. Sólo recuerdos que nunca compartimos, que es mejor dejar calladitos debajo de la tierra.
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