Gianna, la envidiosa
Frente al espejo del baño Gianna, verde de envidia por dentro, se mira al espejo, se pone cremas para ayudar a que el tiempo le pase menos lentos, para contrarestar los efectos de los cigarrillos, del alcohol de fin de semana, se maquilla, porque una mujer no puede simplemente salir a la calle sin haberse pintado los ojos, pero se le olvida un gran detalle, tiene los labios partidos, partidos por el sol, por el aire acondicionado, echados aún más a perder porque a lo que percibe un cuerito suelto se los va tirando, y los pobres labios van quedando heridos y feos. Gianna dice que no hay partidura de trompa que una cremita Blistec no arregle.
Gianna se termina de echar su mano de gato para comenzar el día, que se viene como un calvario, Gianna se emputece de solo vivir la maldita rutina, de que el tiempo no le alcanza, pero no es que el tiempo no le alcance, es que hace muchas pelotudeces al día, como por ejemplo trabajar. ¿Quién fue el hijo de puta que inventó las jornadas de trabajo esclavizantes? ¿Quién fue el hijo de puta que valida que haya que calentar el asiento hasta las 18 hrs? Qué la chupen y que la sigan chupando! piensa Gianna.
Gianna odia a cualquier individuo que pasa por la calle en bicicleta, mostrando la más mínima sensación de felicidad por andar en ese medio de transporte, tan light por la vida, tan hippiemente vestido, Gianna odia a las mamás que con toda calma acompañan a sus pequeños hijos al jardín, con la templaza y tranquilidad de un girasol, ¿Qué, acaso no trabajan? Hijas de puta. Son las 8 de la mañana y Gianna no da mas de rabia, y quedan aún 12 vomitivas horas que enfrentar y que soportarse a sí misma.
Gianna perdió su norte, Gianna se ha convertido en una vieja de mierda, envidiosa de lo inenvidiable, insoportable como ella sola. Nadie podrá rescatarla.
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